Y emprendí.

Cuántas veces supe sin necesidad de estudiarlo que algún día trabajaría exclusivamente con mis propios protocolos. Con tan sólo 16 años supe a qué ámbito profesional pertenecería el resto de mi vida. Allí en el aula, con mis 14 compañeros, recuerdo la charla del tutor y la reunión que insistió tener con mi madre al ver que yo tenía claro no seguir estudiando en el instituto aquello que se suponía iba a darme un futuro estable con todo lo que en teoría necesitamos en la vida.

¡Menos mal que la madre que me parió siempre ha apoyado aquellas decisiones que he tomado! Admito que me muevo a través de todo aquello que parece inalcanzable. Me motivan mucho los retos que no se ven y hoy soy el resultado de las únicas opciones que me he encontrado en los momentos más decisivos. Mi experiencia laboral se resume en la lucha constante entre darlo todo y exigir una valoración consecuente a aquello que he dado, y en vista del éxito y repito, como resultado de las decisiones obvias a tomar en cada momento “complicado” ahora estoy aquí, en el proceso del proyecto de mi vida (me resulta gracioso). Proyecto el cual no tengo planificado pero que cuando toca dar un paso firme sólo veo una salida y resulta ser la mejor decisión que podría tomar. Ahora tengo 30 años, he dedicado casi la mitad de todos estos a la misma profesión y tengo la sensación maravillosa de estar haciendo lo correcto.

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